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No queremos mirar a nuestro alrededor |
Final del curso, pero la realidad
continúa. El sábado deje la capital, Madrid me ha enseñado lo mejor y lo peor
de las personas. Mi forma de pensar es la de un chico que vino de un pequeño
pueblo y quizá, por ello no esté acostumbrado a ver de forma tan clara la
vileza de las personas. Hablamos de solidaridad y la pura verdad es que casi nadie
es solidario si no tiene un interés de por medio. ¡Señores, la solidaridad murió!
Siempre que vuelvo al pueblo cojo
el cercanías donde suele haber algún indigente en él pidiendo, me conozco casi
todas las caras, incluso podría decir que he dado una moneda a todos ellos. Un
capricho quiso que la línea de cercanías que cojo habitualmente no funcionase,
tuve que coger otra. Allí como si ya fuera un elemento obligatorio había
personas pidiendo para poder sobrellevar esta difícil situación que nos ha
tocado vivir. No escribiría sobre ello si no me hubiera llamado la atención una
de esas personas, un hombre sin brazos.
La primera vez que lo vi un escalofrío
recorrió mi cuerpo, donde debían estar sus brazos, él mostraba dos muñones y sonreía
a pesar de sostener la hucha con su
propia boca, que movía de arriba abajo haciendo el mayor ruido posible para que
la gente lo mirase al pasar mientras iba de un lado para otro del vagón,
esperando alguien le echase dinero. Sorprendido me quede al ver como la gente
hacía como si no lo viese, una señora hablaba por el móvil y comentaba “hablamos
más tarde, hay un señor haciendo demasiado ruido”, otras dos incluso se reían
porque según ellas parecía un perrito. Hay que tener o muy poca vergüenza o estar ciego para no ver que esas
personas necesitan nuestra ayuda, seguro que esas señoras y el vagón entero
pensaban que ese hombre sin nombre es un ladrón o un delincuente que se tiene
bien merecido no tener brazos. Pues no Madrid, no todo el mundo ha nacido entre
algodones, como decía Ortega y Gasset “Soy yo y mis circunstancias”.
Sin duda circunstancias muy
duras, es ya de por sí triste ver como la gente se sentaba en otro sitio cuando
ese hombre se les ponía al lado, pero más triste es ver cómo estamos creando gente
que no siente, gente ciega a pesar de no tener ningún problema ocular. Si lo
veis no dudéis en darle cualquier cosa que pueda servirle y si se sienta al
lado de vosotros no os apartéis solo es uno más de los que esta maldita
sociedad ha querido desplazar hasta límites casi marginales.
Mientras el hombre sin brazos
siga vagando por el vagón para conseguir algo de comida yo seguiré escribiendo.
Veo y siento. Luis González Campo